Una paloma en mi ventana


Lamañana comienza mal. Como todos los sábados, tengo que predicar y celebrar Misa en el Colegio Mayor Zurbarán, y salgo temprano para llegar con tiempo suficiente. Nada más aparcar el coche, caigo en la cuenta de que estoy rodeado por un grupo de personajes que, a juzgar por su aspecto, han pasado la noche en vela conservados en alcohol. Llevan encima una borrachera descomunal y se gritan los unos a los otros en un inglés resbaladizo y poco académico. Como sabéis hoy se juega en Madrid la final de la Copa de Europa y se enfrentan dos equipos  británicos. Dicen que han llegado unos ochenta mil tifosi, la mayoría sin entrada. Entre los que me rodean, la mayoría son partidarios del Liverpool; pero no todos. De ahí, la académica discusión que se produce a pocos centímetros de mí. Uno de los litigantes se sienta en el capó de mi coche, gira su rubicunda testa, me ve sentado frente al volante y dice algunas palabras, entre las que creo distinguir sólo una: sorry. Yo sonrío y aguardo a que el grupo de supportersbritánicos se disuelva del todo en alcohol.
Al fin se alejan y puedo salir ileso del Citroën. Me dirijo al parquímetro, sigo las instrucciones de la maquinita, meto un euro por la ranura y aparece un mensaje: "Error. Operación cancelada". Se remueven las vísceras del diabólico artefacto, pero no me devuelve la moneda. Hago un segundo intento, e introduzco 50 céntimos con la esperanza de recuperar el dinero o de conseguir el ticket reglamentario. Error. El parquímetro deglute también la segunda moneda y noto cómo se ríe de mí.
—Lo siento, le digo. No tengo tiempo de reclamar y me he quedado sin monedas. Confiemos en la suerte. Tal vez el controlador de la zona comprenda que estás estropeado y me perdone la multa.
Regreso una hora después. No ha habido fortuna: tengo ya la multa en el parabrisas y, por más que busco, no encuentro al funcionario responsable. Habrá que recurrir al Supremo, renunciando, por supuesto al eurito y medio que ha digerido la máquina averiada.
Llego a mi habitación y, al abrir la ventana, descubro a una paloma en plena incubación. Ha instalado su nido en un antiguo macetero que no se usa desde que reformaron la fachada. y ha puesto dos huevos. La saludo respetuosamente, me mira sin decir ni pío y continúa su maternal tarea a medio metro de mi nariz.
Me siento frente al ordenador con la intención de escribir un comentario espiritual. Es inútil. No se me ocurre nada; si acaso, que hoy es el tercer día del Decenario del Espíritu Santo y la paloma okupa, que sigue a lo suyo, puede servirme de recordatorio.



Palabra de honor que no he sido yo, aunque me quedé con ganas
07:46

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