(538) San José, custodio santo de Jesús, de María y de la Iglesia

Alonso Miguel de Tovar (1678-1752)

El mayor de los santos

Gran principio verdadero formula San Bernardino de Siena (+1444) cuando dice que

«la norma general que regula la concesión de gracias singulares a una criatura racional determinada es la de que, cuando la gracia divina elige a alguien para un oficio singular o para ponerle en un estado preferente, le concede todos aquellos carismas que son necesarios para el ministerio que dicha persona ha de desempeñar» (Sermón 2, sobre San José). Si Yavé elige, consagra, destina y envía a Abraham como padre de la fe, en cuya descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra, ciertamente lo prepara y lo asiste siempre con gracias muy especiales. Lo mismo diremos de Moisés, del profeta Elías, de Juan Bautista, más que de nadie de la Santísima Virgen María.

Pues bien, a ningún santo, sino al glorioso San José, le encomienda el Señor ser esposo de la Virgen María y padre aparente de Jesús, pero padre de verdad: «tu padre y yo, apenados –le dice María– te buscábamos» (Lc 2,48). Ningún santo le ha enseñado a andar a Jesús, le ha dado de comer sentándolo en sus rodillas, lo ha llevado en brazos a la cama, ha sido llamado por él «papá», ha sido «obedecido» por Jesús en su paternal autoridad (2,51), ha defendido la vida del Niño huyendo a Egipto con su madre… Ningún santo ha recibido la misión de ser especial Custodio de Jesús-Cabeza y de Jesús-Cuerpo místico. El glorioso Patriarca San José sí. Y al recibir esa misión altísima, ha recibido con ella la inmensidad de gracias y de asistencia del Espíritu Santo que le hace posible cumplirla.

Muchos siglos oculto con Cristo en Dios

Según parece, ya San José había muerto cuando Jesús inicia su ministerio público. Y como en éste se centran los Evangelios, apenas nada sabemos de él, fuera de lo conocido por los Evangelios de la Infancia (Mt y Lc). En las primeras Plegarias Eucarísticas, concretamente en el Canon Romano, ni se le menciona. Son nombrados Juan Bautista, Pedro y Andrés, Juan y Pablo, Bernabé, Cosme y Damián, Felicidad y Perpetua, etc. Pero no es recordado ni invocado San José. 

Desde la Edad Media, con el estímulo de algunos santos, como San Bernardino de Siena (+1444), y aún más desde la época de santa Teresa de Jesús (+1582), la devoción a san José fue siempre en crecimiento en el pueblo cristiano, y también en la consideración de los teólogos. Ellos y los santos llegaron a entender que el ministerio desempeñado por San José en la economía de la salvación, lo aproximó en cierto modo singular al orden hipostático, por haber servido en tan santa medida al misterio de la Encarnación.

Entra San José en las Plegarias Eucarísticas

El 13 de noviembre de 1962, se anunció en el aula conciliar «la soberana decisión» del papa Juan XXIII de integrar en el Canon Romano el nombre de San José; lo que se realizó en ese día por un decreto de la Sagrada Congregación de Ritos. Fue ésta la única modificación que se hizo a la edición típica del Misal Romano de 1962.

La misma Congregación, por decreto (1-V-2013), extendió esa disposición alas Plegarias eucarísticas II, III y IV del Misal Romano.

 

Entra en las Letanías de los Santos

Las letanías de los santos se iniciaron en el siglo VII, formándose series diversas en las distintas Iglesias locales. A ellas se fueron integrando los nombres de Santos, como los de Francisco y Domingo (s. XIII), que habían alcanzado especial arraigo en la devoción de los fieles. Pues bien, sólo en 1726 introduce el papa Benedicto XIII por decreto la invocación de San José en las Letanías de los Santos, las propias de la liturgia romana, colocándola inmediatamente después de San Juan Bautista (cf. Francisco Canals Vidal, San José, Patriarca del Pueblo de Dios, Balmes, Barcelona 1994, pg. 75 en nota).

Parece increíble.

Vida celestial del Custodio de la Iglesia, máximo intercesor

En San José parece realizarse de un modo muy especial aquella palabra de San Pablo: «Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vuestra vida, entonces también os manifestaréis gloriosos con Él» (Col 3,3).

Sabemos que Cristo sacerdote y Salvador nuestro, tiene un «perfecto poder de salvar a los que por él se acercan a Dios, y vive siempre para interceder por ellos» (Heb 7,25). Lo mismo decimos de nuestra Madre, la Virgen María. Y también afirmamos lo mismo, mutatis mutandi, del glorioso Patriarca San José, Patrono de la Iglesia universal.

En este hora tan tormentosa de la Iglesia Católica acudimos a su intercesión con una total confianza en su eficacia. ¿Qué puede negarle Jesucristo Salvador a quien tuvo en la tierra como padre amadísimo? Y el amor de Jesús a José no ha disminuido estando los dos en el cielo. Nada, no puede negarle nada.

San José bendito, ruega por nosotros, pecadores. Ruega por la Iglesia, tan combatida hoy por fuera y por dentro. Enséñanos a vivir en la compañía del Señor y de María. Sé nuestra guía y maestro en la vida de oración. Danos paciencia, alegría y humildad de corazón.

Amén.

José María Iraburu, sacerdote

Post post.- Oración de una estampa que me regalaron en un Carmelo femenino, con algún mínimo cambio:

«San José, custodio santo de Jesús y de María, / enséñame a vivir siempre en tan dulce compañía. / Sé mi maestro y mi guía en la vida de oración / dame paciencia, alegría y humildad de corazón. / No me falte en este día tu amorosa protección / ni en mi última agonía tu piadosa intercesión».

Ya la di en otro post sobre San José.

Índice de Reforma o apostasía

16:22

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