De la feria. Verde.
San Vicente, diácono y mártir. Rojo.
Beata Laura Vicuña, virgen. Blanco..
Vicente es el primer mártir español. Desempeñó su ministerio como diácono en Zaragoza en tiempos del obispo Valerio. Apresado por ser cristiano, junto con el obispo, sufrieron terribles torturas y finalmente la muerte en el año 304.
Laura, de familia de origen chileno, vivió con su madre en Junín de los Andes (Neuquén, Argentina). Su madre, viuda, aceptó convivir con un hacendado de la zona, pero Laura vio que esa situación no era conveniente y ofreció su propia vida a Dios para que su madre cambiara. Antes de morir, a los 13 años de edad, le confesó a ella su ofrecimiento, y esta, conmovida, se alejó del hacendado y se convirtió a Dios. Laura murió el 22 de enero de 1904..
El justo florecerá como la palmera, crecerá como los cedros del Líbano; trasplantado en la casa del Señor, florecerá en los atrios de nuestro Dios.
Oración colecta
Dios y Señor nuestro, que otorgaste al abad san Antonio la gracia de servirte en el desierto con una vida admirable; concédenos, por su intercesión, que renunciando a nosotros mismos, te amemos siempre y sobre todas las cosas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
O bien: de san Vicente
Dios todopoderoso y eterno, infunde bondadosamente tu Espíritu en nosotros, para que nuestros corazones sean fortalecidos por aquel amor invencible con que el mártir san Vicente superó todos los tormentos. Por nuestro Señor Jesucristo...
O bien: de la beata Laura
Padre de inmensa ternura, que en la adolescente Laura Vicuña uniste de modo admirable la fortaleza de espíritu y el candor de la inocencia, concédenos, por su intercesión, valentía para superar las dificultades de la vida y dar testimonio ante el mundo de las bienaventuranzas de los limpios de corazón. Por nuestro Señor Jesucristo...
Acepta, Señor, las ofrendas de nuestro servicio que presentamos en tu altar en la conmemoración del abad san Antonio, y concédenos que, libres de las ataduras de este mundo, seas tú nuestra única riqueza. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de comunión cf. Mt 19, 21
Dice el Señor: “Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme”.
Oración después de la comunión
Alimentados con el sacramento de la salvación, concédenos, Dios nuestro, superar las insidias del enemigo, como le otorgaste al abad san Antonio la gloriosa victoria sobre el poder de las tinieblas. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Lectura de la carta a los Hebreos.
Hermanos: Dios no es injusto para olvidarse de lo que ustedes han hecho y del amor que tienen por su Nombre, ese amor demostrado en el servicio que han prestado y siguen prestando a los santos. Solamente deseamos que cada uno muestre hasta el final el mismo celo para asegurar el cumplimento de su esperanza. Así, en lugar de dejarse estar perezosamente, imitarán el ejemplo de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas. Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, como no podía jurar por alguien mayor que él, juro por sí mismo, diciendo: “Sí, yo te colmaré de bendiciones y te daré una descendencia numerosa”. Y por su paciencia, Abraham vio la realización de esta promesa. Los hombres acostumbran a jurar por algo más grande que ellos, y lo que se confirma con un juramento queda fuera de toda discusión. Por eso Dios, queriendo dar a los herederos de la promesa una prueba más clara de que su decisión era irrevocable, la garantizó con un juramento. De esa manera, hay dos realidades irrevocables –la promesa y el juramento– en las que Dios no puede engañarnos. Y gracias a ellas, nosotros, los que acudimos a él, nos sentimos poderosamente estimulados a aferrarnos a la esperanza que se nos ofrece. Esta esperanza que nosotros tenemos es como un ancla del alma, sólida y firme, que penetra más allá del velo, allí mismo donde Jesús entró por nosotros, como precursor, convertido en Sumo Sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.
Palabra de Dios.
Comentario
El autor nos lleva a contemplar la grandeza y la verdad de Dios. Él no puede mentirnos, y por lo tanto lo que ha prometido lo cumplirá, así como siempre lo ha hecho. Nosotros nos apoyamos en su Palabra, que es nuestra fortaleza.
Sal 110, 1-2. 4-5. 9-10c
R. El Señor se acuerda eternamente de su Alianza.
Doy gracias al Señor de todo corazón, en la reunión y en la asamblea de los justos. Grandes son las obras del Señor: los que las aman desean comprenderlas. R.
Él hizo portentos memorables, el Señor es bondadoso y compasivo. Proveyó de alimento a sus fieles y se acuerda eternamente de su Alianza. R.
Él envió la redención a su pueblo, promulgó su Alianza para siempre: Su Nombre es santo y temible. ¡El Señor es digno de alabanza eternamente! R.

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