Es lo que tiene que te pregunten cosas. Muy especialmente si el que te tira de la lengua es un obispo al final de una comida con otros contertulios eclesiásticos. Porque, claro, el señor obispo, así a lo tonto, te dice, como el que no quiere la cosa, que cómo ves la Iglesia, que si hay algo que te preocupe.
Mi respuesta fue muy clara: a mí hablar de ciertas cosas con un obispo delante me da cosa… no me atrevo. No pasa nada, repuso, estamos en confianza…
Lo que dije al obispo y a los otros fueron dos cosas:
La primera, que la Iglesia es fuerte cuando hay una doctrina clara, una disciplina y todos remamos en la misma dirección. Por ejemplo, la contra reforma. Santos a puñados y qué santos. Hoy estamos instalados en el más puro y notorio relativismo. Que el cura de Gascones y el párroco de San Pedrito pequeño discrepen, no deja de ser anécdota y detalle simpático. Que conferencias episcopales en pleno interpreten un mismo documento, por ejemplo, Amoris Laetitia de forma contradictoria es inexplicable y escandaloso. Que nadie ponga orden, inaudito y desmoralizador.
(Respuesta del obispo: eso no es una opinión, es un dato objetivo).
Sigo. Este relativismo lo vemos, escuchamos y leemos cada día y en todo. En la liturgia, en el dogma, en la moral, fruto de una falta de estudio y profundización en los que deberíamos tener más cuidado con las cosas (el argumento con la profundidad de que “eso es una bobada”) y fruto de una falta de autoridad de quienes deberían ejercerla, por ejemplo, los obispos, y que no lo hacen.
Segunda cosa.
Podría entender este actual relativismo quizá con la pretensión de ofrecer a creyentes y no creyentes la imagen de una Iglesia más acogedora, menos dogmática, más comprensiva. Podría incluso comprender que en el mundo de hoy lo que la realmente llega a la gente es la misericordia, la comprensión y la opción por los débiles, y que en el trabajo y la dedicación por los más abandonados es donde se ve el rostro de Cristo en la Iglesia. Por tanto, es ahí donde debemos estar: menos dogmatismos y más misericordia.
El problema es que los datos son tercos e incómodos. Mira por donde resulta que llevamos seis años mucho más abiertos, más acogedores, con mayor libertad y mostrando al mundo realmente un rostro más solidario y fraterno. Se tendría que notar…
Pues sí. Se nota, pero al contrario. Mi impresión, dije, la mía y a distancia, porque hace años que no piso Roma, es que la plaza de San Pedro de semana en semana se va quedando vacía. Desmoralizante.
(Respuesta de otro obispo: también es un dato objetivo).
Mi impresión, la de un cura de aldea ahora mismo, es que necesitamos unidad en la fe, la liturgia y la moral, necesitamos el ejercicio de la autoridad, y dedicarnos a vivir y predicar a Cristo y Cristo crucificado.
(Respuesta de otro eclesiástico, no obispo: y estar con los pobres).
Claro… Es que si vivimos lo que tenemos que vivir y como tenemos que vivir, lo de los pobres sale solo como consecuencia…
La comida no fue en Madrid ni con obispos de Madrid. Digamos que media distancia. Unas semanas.
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