Crítica constructiva como hijo de la Iglesia que tengo derecho a dar mi opinión


El post de hoy no lo escribiría si no pensase que lo puede leer alguien en Roma que puede poner remedio: y es la cuestión de la estética de los despachos del Vaticano.

Ya va siendo hora de que alguien tome cartas en el asunto de la decoración global de esos lugares por donde pasan cardenales y obispos de todo el mundo.

La fotografía que pongo hoy lo dice todo. ¿A quién se le ocurre poner un coqueto reloj de mesa entre dos candelabros que en vez de luz dan pena?

Para reforzar esta impresión de miseria decorativa colocan una ramplona fotografía del actual papa junto a un desbordantemente bello óleo de Pío XI. El que se encargó de esa sala no sabía de minimalismo, de la noble austeridad, pero hermosa, que debería respirar un lugar de trabajo como ese.

Si a eso añadimos que, a simple golpe de vista, resulta evidente lo incómodas que resultan las sillas de esa mesa de juntas, pues ya miel sobre hojuelas. Nada más verlos, me resultó patente que los que asisten a largas reuniones no pueden apoyar la espalda en el respaldo sin irse hacia atrás.

Parece mayor difícil tan gran concentración de desatinos estéticos en tan poco espacio. Pero quien sea lo ha logrado.

Alguien me dirá que todo esto son tonterías, detalles sin ninguna importancia, que lo que realmente importa es la esencia. Pero le contestaré que es en los pequeños detalles donde se ve cómo se trata a la esencia. Basta ver unos cuantos despachos de la sede central de cualquier empresa para saber si esa marca es decadente o no, si hay ilusión. Los despachos de una empresa nos indican, incluso, la alta o baja estima que tiene la empresa de sí misma. Eso ya hace mucho que lo descubrieron, hace más de dos siglos, y se cuida muchísimo.

En Madrid me ha admirado ver cómo los despachos son un reflejo del que trabaja allí y ver el nivel de inteligencia con que estaban elegidos y dispuestos los elementos más insignificantes. Lo que veo en ese despacho vaticano no es una decoración antigua, de ninguna manera, sino una disposición nefasta de elementos que es signo de otras disposiciones nefastas y estas ya no estéticas.

Mi humilde voz repite, una vez más, que el Vaticano requiere de una reforma profunda. No porque los que están en esas salas sean malos, sino porque ellos mismos tienen que ser conscientes de que allí nunca ha reinado la meritocracia, sino un cúmulo de relaciones humanas que nada tiene que ver con la paciente y meticulosa búsqueda de las perlas.

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04:45

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