San Simeón Estilita el Viejo fue el primero y, probablemente, el más famoso de una larga serie de estilitas (stylitoe), o “ermitaños del pilar”, que durante más de seis siglos, en toda la cristiandad oriental, adquirieron una gran reputación de santidad por su extraña forma de ascetismo. Si no fuera porque nuestra información ---en el caso del primer San Simeón y algunos de sus imitadores--- se basa en evidencia de primera mano muy confiable, podríamos relegar al dominio de la fábula la mayor parte de los registros históricos; pero ningún crítico moderno se atreve a disputar la realidad de las proezas de resistencia atribuidas a esos ascetas.
Simeón el Mayor nació alrededor del 388 en Sisan, cerca de la frontera norte de Siria. Después de comenzar la vida como un joven pastor, entró en un monasterio antes de la edad de dieciséis años, y desde el principio se entregó a la práctica de una austeridad extrema y en apariencia tan extravagante, que sus hermanos juzgaron, sabiamente quizás, que él no era apto para ninguna forma de vida en comunidad. Tras verse forzado a salir del monasterio, se encerró durante tres años en una choza en Tell-Neschin, donde por primera vez pasó toda la Cuaresma sin comer ni beber, lo cual posteriormente se convirtió en un hábito para él. Luego combinó esa práctica con la mortificación de estar continuamente en posición vertical, mientras sus piernas lo sostuviesen. En sus últimos días fue capaz de mantenerse en esa posición sobre su columna sin apoyo durante todo el período de ayuno.
Luego de tres años en la choza, Simeón buscó un promontorio rocoso en el desierto y se obligó a permanece prisionero en un angosto espacio de menos de veinte metros de diámetro. Pero multitudes de peregrinos invadieron el desierto para pedirle consejos y oraciones, sin dejarle tiempo para sus propias devociones, lo cual lo llevó a adoptar una nueva forma de vida. Simeón mandó a erigir una columna con una pequeña plataforma en la parte superior, y sobre ella decidió tomar posesión de su morada hasta que la muerte lo liberase. Al principio, la columna no pasaba de los tres metros de alto, pero luego fue sustituida por otras, la última de las cuales al parecer medía más de quince metros de altura. Por más extravagante que pueda parecer este estilo de vida, sin duda produjo una profunda impresión en sus contemporáneos, y la fama del asceta se extendió por toda Europa. En Roma, en particular, fue notable el gran número de imágenes del santo, que estaban allí para ser vistas, hecho que un escritor moderno, Holl, cita como un factor de gran importancia en el desarrollo de la veneración de imágenes (vea la Philotesia en honor de P. Kleinert, pp 42-48).
Incluso en la más alta de sus columnas, Simeón nunca se alejó de la relación con sus semejantes. Los visitantes podían subir utilizando una escalera que estaba siempre lista para recargarse contra la columna; y sabemos que escribió cartas, algunos de cuyos textos aún existen; instruyó discípulos y que también dirigió discursos a los que se congregaban a sus pies. Probablemente había una especie de balaustrada alrededor de la pequeña plataforma que coronaba el capitel del pilar, pero el conjunto estaba expuesto a la intemperie, y parece que Simeón jamás se permitió ningún tipo de techo o refugio. Durante sus primeros años sobre la columna, había en la cumbre una estaca a la que se ataba durante la Cuaresma para mantenerse erguido, pero este fue un alivio del cual prescindió después.
Grandes personajes, tales como el emperador Teodosio y la emperatriz Eudocia, manifestaron la máxima reverencia por el santo y escuchaban sus consejos; mientras que el emperador León prestó respetuosa atención a una carta que Simeón le dirigió a favor del Concilio de Calcedonia. En cierta ocasión, el santo enfermó y Teodosio le envió a tres obispos a suplicarle que bajara de la columna y fuese atendido por los médicos, pero el enfermo prefirió dejar su curación en manos de Dios, y en poco tiempo sanó.
Luego de pasar treinta y seis años sobre la columna, Simeón murió el viernes, 2 de septiembre de 459 (Lietzmann, p. 235). Antioquía y Constantinopla se disputaron sus restos mortales. Se le dio preferencia a Antioquía y en ella se depositaron la mayor parte de sus reliquias como protección para la ciudad, que no contaba con murallas. Las ruinas del amplio edificio levantado en su honor se conocen como Qal’at Sim’ân (la mansión de Simeón) y aún existen. Consiste en cuatro basílicas construidas a partir de un patio octagonal, orientadas en dirección de los cuatro puntos cardinales. En el centro del patio se encuentra la columna de San Simeón. Dice H.C.Butler (Architecture and other arts, p. 148), que el edificio “indudablemente influenció en un grado notable la construcción de iglesias contemporáneas y posteriores”. Parece haber sido un esfuerzo supremo de una escuela provincial de arquitectura, que había tomado poco prestado a Constantinopla.
Publicar un comentario