La ideología liberal toma como punto de partida la negación de que exista una norma, ley o modelo común para todos los hombres, lo cual se corresponde con otra de sus negaciones: la de una naturaleza también común e invariable. Para la ideología liberal, el lugar de la naturaleza humana viene ocupado por la libertad absoluta de que dispone el hombre; y la pauta, norma, etc. que regula su comportamiento es el ejercicio absoluto de su libertad. La producción ilimitada de actos libres. Para el hombre liberal, naturaleza, libertad y ley son la misma cosa. Y en estas condiciones pretende retener tan solo la nota de incomunicabilidad. El hombre liberal se quiere individuo.
En posesión de una norma propia no compartida con otros, que impulsa a realizar todos los actos libres posibles, el hombre liberal se ve empujado a realizarlos, pues en su ejecución está la realización de su propia vida. No puede dejar de actuar. La razón de este activismo es la equiparación entre naturaleza y libertad. Si el hombre es pura acción libre, antes de comenzar a actuar sencillamente “no es”. Y será tanto más, llegará a ser tanto más, cuanto más haga. Desde esta perspectiva el hombre liberal entenderá como objetivo primero su autorrealización, su llegar a ser real a partir de su propia actividad: el paso de ser nada a ser todo mediante el ejercicio continuado de lo que él entiende como su libertad.
De ahí surge una paradoja que los mejores espíritus liberales no han podido menos de percibir: el hombre liberal se ve obligado a renunciar a toda responsabilidad estable. Cualquier responsabilidad que intente asumir puede implicar una limitación de su futuro ser libre, un cerrarse consciente a posibles ámbitos de autorrealización. Y es que si el sentido cristiano de la vida descansa en la convicción de que el hombre “tiene libertad”, la ideología liberal afirma más radicalmente que el hombre “es libertad”.
Gonzalo Redondo en "Historia Universal" de EUNSA vol. XII

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