Autocrítica

Hay datos incuestionables.  Por ejemplo, que el número de católicos y de católicos practicantes va en franca decaída. No me hace falta acudir a los datos estadísticos oficiales. Basta hablar con cualquier compañero para constatar que viene menos gente a misa, que los bautizos son pocos y las bodas escasísimas. Incluso en los pueblos lo vemos. El dato es el dato, y puede perfectamente extrapolarse a otras realidades, sin excluir la plaza de san Pedro.

Tras el dato, surgen las reflexiones. Evidentemente la sociedad secularizada, los medios de comunicación hostiles, campañas de desprestigio hacia la Iglesia. Seguimos por familias que no colaboran, por colegios cerrados, por profesores de religión más que dudosos. De acuerdo. Nada que objetar.

Sí. Algo más. Bien está que todos sean tan malos y tan poco colaboradores, pero lo mismo nos venía bien hacer un poco de autocrítica y fijarnos en las parroquias y lugares donde la debacle es menor por si pidiéramos aprender algo, porque peor lo tenían en época de persecuciones, y me da igual los primeros siglos que el inicio de siglo XX, y aumentaban los cristianos. Algo estamos haciendo mal. Algo no nos funciona.

Yo me atrevo a señalar dos posibles causas, que ya mis lectores dirán si por ahí van los tiros o si ando un tanto despistado.

Para mí la primera es el abandono de la gracia en favor de un humanismo buenista o benévolo. Ya saben, no hablamos de pecado, ni de redención o salvación, poco de vida de oración y sacramental, nada del fin de la vida. Nos es más fácil el discurso de los pobres, los oprimidos, los sin techo y la importancia del compartir. Somos una ONG más.

Ayer, fiesta de San Andrés, impresionaba la primera lectura: “Pues «todo el que invoca el nombre del Señor se salvará.» Ahora bien, ¿cómo van a invocarlo, si no creen en él?; ¿cómo van a creer, si no oyen hablar de él?; y ¿cómo van a oír sin alguien que proclame?” Se nos olvida hablar de Dios. Y si n hablamos de Dios, si no predicamos su nombre… ¿entonces para qué estamos?

La segunda, la pérdida del sentido de unidad. Una Iglesia dividida en puros reinos de taifas jamás será una Iglesia creíble. En esta parroquia es A, en aquella, B, en esa otra C. No pasa nada. La moral depende de parroquia, confesor o incluso obispo. La liturgia puede ser por el rito ordinario, el extraordinario, el relativista, el alternativo o el propio de don Senén.

No quiero meterme en otras cosas. Simplemente afirmar que un poco más de autocrítica nos vendría bien. Sí, la gente viene menos, de acuerdo. Pero ¿rezamos? ¿predicamos con fidelidad? ¿mantenemos la unidad? No sé, cosas que a uno le surgen al inicio de un sábado cualquiera.

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02:43

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