En el día de hoy, 28 de mayo de 2020, el papa emérito Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, ha cumplido 43 años de obispo. El 28 de mayo de 1977, a los cincuenta años de edad, el teólogo Ratzinger, nombrado por el papa Pablo VI arzobispo de Munich y Frisinga, fue ordenado obispo. Ese mismo año fue creado cardenal.
No hace mucho visité algunos lugares bávaros, “ratzingerianos”, como Munich, Frisinga y Ratisbona, en cuya Universidad, entre otras, Ratzinger enseñó Teología. Baviera es, a mi modo de ver, como una Galicia próspera. Los bávaros tienen un gran sentido de identidad – ha sido un reino hasta hace no mucho – y es un territorio rico.
Muy católico, ese reino, en su historia y muy rico en su realidad actual, como para, al menos, cuestionar la fácil ecuación, atribuida a Max Weber, según la cual prosperidad y protestantismo van unidos.
Ya sabemos que los pensadores son sutiles. No así la divulgación que, por imposibilidad de leer el original, por ignorancia o por otros intereses, simplifica. Como si catolicismo fuese lo mismo que miseria y protestantismo lo mismo que riqueza. No es verdad. Ahí está Baviera, o Austria, como señales que obligan a pensar un poco más a fondo las cosas.
Pero se trata de hablar de Ratzinger. En algún lugar de ese inmenso archivo de la memoria que es Internet se pueden recuperar imágenes y palabras de su ordenación episcopal en la casi monástica catedral de Munich. Eligió como lema un texto de San Juan: “Cooperadores de la verdad”. Y habló de lo que era un obispo y de lo que no era. De su servicio a la verdad y a Cristo, que es la Verdad en persona.
Habló también de la belleza de su Baviera natal, una belleza inseparable de la fe. Y formuló algún cuestionamiento: ¿Sobrevivirá esa belleza a la falta de la fe? ¿Será lo mismo Baviera – podríamos decir el mundo – sin fe, sin alma? Probablemente, sin fe, sin alma, no solo Baviera, sino al menos toda Europa perdería su brújula esencial, por más que los respectivos ministerios de cultura invirtiesen fondos en restaurar o conservar el patrimonio.
Yo he visto esas imágenes desde mi “Baviera pobre”, que es Galicia. Y no he podido evitar darle las gracias a san Pablo VI por haber nombrado arzobispo y haber creado cardenal a Joseph Ratzinger. Un indudable acierto. Un acierto que supo ver asimismo san Juan Pablo II, que lo llamó a Roma para ser prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Soy consciente de que es un argumento apologético de relativo valor, pero, aun así, me pregunto: ¿Dónde, en este mundo nuestro, ha habido, en el pasado reciente, o en el momento actual, líderes de esta altura, de este nivel, semejantes a san Juan Pablo II o a Joseph Ratzinger? Me lo pregunto y dejo abierto este interrogante.
Mientras tanto sueño con volver a Baviera – a Munich, a Frisinga, a Ratisbona – y disfrutar de la belleza del paisaje y del arte. Palpando, en tantos detalles, su historia católica.
Joseph Ratzinger no ha sido (no es) solamente un gran teólogo. Ha sido un magnífico papa y un gran embajador cultural de su tierra.
Guillermo Juan Morado.
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