“Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Jesús le intimó: “¡Cierra la boca y sal!” El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño”.(Lc 4,31-37)
Quiero destacar dos ideas claras de este texto.
El primero: Para conocer a Jesús primero necesitamos “admirarlo”.
El segundo: No es fácil sacar esos malos espíritus que llevamos dentro.
Aunque duele el sacarlos, no sufrimos daño alguno, al contrario nos curamos.
Admirar:
Cuando algo nos causa admiración:
Despierta nuestra curiosidad.
Despierta nuestro interés.
Despierta nuestra voluntad.
Por eso lo primero que necesitamos es:
Despertar curiosidad por Jesús.
Despertar nuestro interés por él.
Despertar nuestra voluntad de profundizarlo.
Estoy convencido de que:
Tanto en la familia como en la catequesis, lo primero no es enseñar ideas.
Lo primero es presentar la persona de Jesús.
Despertar curiosidad por él.
Primero es conocer a la persona.
Pero es sentir admiración.
Solo luego podrán interesarnos las doctrinas.
Solo luego podrán interesarnos las ideas sobre él, qué piensa.
¿De qué vale saber mucho de Jesús, si Jesús mismo no nos arrastra?
Primero necesitamos entusiasmarnos con él.
Luego será más fácil aceptar sus ideas y enseñanzas.
Podemos saber lo que enseña y no tener interés por él.
Pero cuando él nos fascina, sus ideas logran ganar nuestra mente y corazón.
¿No tendremos que invertir nuestra catequesis?
¿No tendremos que invertir nuestra enseñanza familiar?
Incluso ¿no tendremos que cambiar el tono de nuestras homilías?
Echar nuestros malos espíritus:
El demonio que poseía a aquel hombre de la sinagoga, no fue nada fácil sacarlo.
Primero le sacudió violentamente.
Es lo que nos pasa cuando queremos cambiar nuestra vida.
Comenzamos por pensar que no podemos.
Comenzamos por pensar ¿qué será de nosotros si dejamos este o aquel vicio?
Tenemos miedo al cambio porque pensamos que sin ese espíritu la vida se oscurece.
Tenemos miedo al cambio porque nos imaginamos que sin ese mal espíritu la vida pierde alegría y vitalidad.
Hay también en nosotros muchas sacudidas dentro.
Pero cuando logramos liberarnos descubrimos que la vida tiene otro color.
Cuando logramos entrar en la experiencia de la virtud percibimos que no hemos perdido nada.
Lo que decía el Papa “cuando lo dejamos todo por Cristo, no dejamos nada y lo ganamos todo”.
La experiencia del pecado nos parece la fiesta de la vida.
Y tenemos miedo a la vida de la gracia por miedo a vivir de luto.
Cuando en realidad, la vida de la gracia es la plenitud de la vida.
No. No tengamos miedo a dejar nuestros malos espíritus por más que nos cueste.
No nos dejarán heridos.
Nos dejarán sanos y festivos.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo B, Tiempo ordinario
Publicar un comentario