A un servidor lo que digan o dejen de decir catorce obispos anglicanos retirados es algo que me emociona bastante poco. Tampoco me alteran el ritmo cardiaco una declaración del Dalai Lama, las sugerencias pastorales de las católicas por el derecho a decidir o los puntos clave del programa de Iñigo Errejón. Me trae al fresco. Sin embargo, ya ven, por una vez y sin que sirva de precedente, me voy a referir a los catorce obispos anglicanos retirados, a los que algunos periodistas supuestamente expertos en información religiosa, dan el pomposo nombre de ex – obispos. Sin palabras.
Pues parece ser que estos obispos anglicanos retirados, los ex – obispos que dicen algunos, criticaron la actitud de la Iglesia Anglicana hacia los homosexuales, denunciando que la institución no está escuchando las voces de ese sector de la población. ¿Y a mí que esto me suena?
Me suena porque aquí parece que los obispos, ex obispos, obispesas y demás, sin ponernos tiquismiquis en que si son católicos o no, que hay que ir superando estas lindezas, están muy preocupados porque en la Iglesia, la que sea, que tampoco aquí nos vamos a andar con sutilezas, se escucha poco a la gente, sean los pobres, las mujeres, los hombres, los gays, los niños, los refugiados, los ancianos o los jugadores de hockey sala.
Me ha sorprendido que los catorce obispos anglicanos, ex obispos, obispos eméritos o lo que sean, que tampoco me produce especial problema, hablen de todo menos de la Palabra de Dios, que entiendo debería ser lo más escuchado. Pues no. Nada de nada. Y así nos va.
Claro que hay que escuchar a todo el que habla, y contemplar al que se mueve. Por supuesto que necesitamos saber qué piensan, cómo viven, qué desean y a qué aspiran. Y una vez escuchado todo lo que haya que atender, decirles lo que la Palabra de Dios afirma sobre su vida y sus pretensiones, que bien pudiera ser que estuvieran en flagrante contradicción con sus consideraciones.
Si es facilito: miren ustedes, nosotros, obispos anglicanos, después de escucharles y de leer, escrutar y profundizar en la Palabra de Dios, hemos de decirles que… Punto. Más facilito aún: y nosotros, obispos católicos, con la Palabra de Dios en la mano, y la doctrina de la Iglesia de veinte siglos, tenemos que decir que… Y tenemos que decirlo, aunque el mundo se nos cachondee en las barbas.
El problema de fondo de todo esto es que aquí lo que se pretende es algo tan simple como que la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio se reescriban y reinterpreten de acuerdo con el deseo del personal, adaptándose a las nuevas realidades, cuando uno entiende que son las nuevas realidades las que deben ser revisadas a la luz de la escritura, la Tradición y el Magisterio, pero claro, pretender tal cosa es meterte directamente en la caverna más cavernaria.
No se preocupe, buen hombre, buena mujer. Usted viva como quiera, que todo es exactamente igual de válido con la doctrina de la Iglesia, y si no lo era, ya buscaremos alguna salida para que lo sea. Y tranquilo, que si alguien pretende decir que lo que vale es lo de siempre y lo que afirma el catecismo, no pasa nada. Es un cavernícola ultramontano. A ese, ni caso.
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