1. a) La conversión de Pablo debe ser un acontecimiento importante para la primitiva comunidad, porque Lucas la cuenta nada menos que tres veces en el libro de los Hechos (capítulos 9, 22 y 26), y el mismo Pablo hace varias alusiones al episodio en sus cartas (por ejemplo en Ga 1). Tal vez es porque esta aparición del Resucitado a Pablo confiere autoridad a su ministerio apostólico, que algunos tenían por menos justificado que el de los doce, y sobre todo avala su carácter de misionero abierto a todos los países y razas, que era visto con suspicacia en ciertos ambientes. Las diferencias de matices entre los varios relatos no nos interesan mucho aquí.
Al escuchar hoy por extenso el relato de la conversión de Pablo y del inicio de su ministerio predicador en Damasco, uno no sabe qué admirar más: el plan sorprendente de Dios, la respuesta de Pablo o la actitud acogedora de la comunidad de Damasco.
La iniciativa ha sido de Cristo Jesús. Pablo era de las últimas personas que uno esperaría que fueran llamadas como apóstoles de Cristo. Dios nos sorprende siempre: tanto en el AT como en el NT la elección que hace de las personas parece a veces la menos indicada para los fines que se pretenden conseguir. «Soy Jesús, a quien tú persigues». ¿Elegir como testigo suyo al que más está persiguiendo a su comunidad? Ante las reticencias lógicas de Ananías, Jesús responde defendiendo a Pablo: «anda, ve, que ese hombre es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre».
Esta elección de Cristo tiene éxito porque también Pablo pone de su parte una respuesta decidida. Tiene calidad humana y religiosa, ofrece buena «materia prima» a la obra de Dios. «¿Quién eres, Señor?». La respuesta de Pablo a Cristo es firme y generosa, y lo será toda su vida. Hasta ahora ha puesto su entusiasmo al servicio de una causa que creía justa, hasta con intransigencia. Ahora el encuentro con el Resucitado le transforma. Se levanta, va a Damasco, recorre el camino de la «iniciación» bautismal y se dedica con decisión a la nueva causa, empezando a anunciar a Cristo Jesús. Pronto se convencerá de que esto le va a acarrear muchos disgustos: no le recibirán siempre bien en la comunidad cristiana, y sobre todo los judíos le tacharán de traidor. Por eso Jesús le manda decir: «yo le enseñaré lo que tiene que sufrir por mi nombre».
Tiene mérito también el que Ananías y la comunidad de Damasco, superando bastante rápidamente las naturales suspicacias, acojan a Pablo en su seno y se presten a guiarle a su nueva situación. (Luego, en Jerusalén, no le reciben tan bien: sólo Bernabé le facilita el camino para su adaptación a la comunidad).
b) Después de escuchar la conversión de Pablo, podemos preguntarnos, a modo de examen, si nosotros solemos actuar como los tres protagonistas del relato. ¿Sabemos dar un voto de confianza a las personas, como hizo Cristo con Pablo? ¿en nuestra vida personal, respondemos nosotros a la llamada de Dios con la misma prontitud incondicional que Pablo? ¿como comunidad, tenemos un talante de acogida para todos, incluso para aquellos que han caído en falta o nos resultan menos cómodos? o ¿ha habido personas que podrían haber sido muy válidas si hubieran encontrado en nosotros más acogida que la que encontraron?
El relato ha sido proclamado, no para que nos enteráramos de lo que sucedió hace dos mil años, sino para que ilumine nuestra actuación concreta en la vida.
2. a) En el final del discurso de Jesús sobre el Pan de la vida, el tema es ya claramente «eucarístico». Antes hablaba de la fe: de ver y creer en el Enviado de Dios. Ahora habla de comer y beber la Carne y la Sangre que Jesús va a dar para la vida del mundo en la cruz, pero también en la Eucaristía, porque ha querido que la comunidad celebre este memorial de la cruz.
Ahora, la dificultad que tienen sus oyentes (v. 52) es típicamente eucarística: «¿cómo puede éste darnos a comer su carne?». Antes (v. 42) había sido cristológica: «¿cómo dice éste que ha bajado del cielo?».
El fruto del comer y beber a Cristo es el mismo que el de creer en él: participar de su vida. Antes había dicho: «el que cree, tiene vida eterna» (v.47). Ahora: «el que come este pan vivirá para siempre» (v.58).
Hay dos versículos que describen de un modo admirable las consecuencias que la Eucaristía va a tener para nosotros, según el pensamiento de Cristo: «el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece (habita) en mí y yo en él» (v. 56): la intercomunicación entre el Resucitado y sus fieles en la Eucaristía. Y añade una comparación que no nos hubiéramos atrevido nosotros a afirmar: «el Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre: del mismo modo, el que me come vivirá por mí». La unión de Cristo con su Padre es misteriosa, vital y profunda. Pues así quiere Cristo que sea la de los que le reciben y le comen. No dice que «vivirá para mi», sino «por mi». Como luego dirá que los sarmientos viven si permanecen unidos a la vid, que es el mismo Cristo.
b) También el discurso de Jesús ha sido intenso, y nos invita a pensar si nuestra celebración de la Eucaristía produce en nosotros esos efectos que él anunciaba en Cafarnaúm.
Lo de «tener vida» puede ser una frase hecha que no significa gran cosa si la entendemos en la esfera meramente teórica. ¿Se nota que, a medida que celebramos la Eucaristía y en ella participamos de la Carne y Sangre de Cristo, estamos más fuertes en nuestro camino de fe, en nuestra lucha contra el mal? ¿o seguimos débiles, enfermos, apáticos? Lo que dice Jesús: «el que me come permanece en mí y yo en él», ¿es verdad para nosotros sólo durante el momento de la comunión o también a lo largo de la jornada?
Después de la comunión -en esos breves pero intensos momentos de silencio y oración personal- le podemos pedir al Señor, a quien hemos recibido como alimento, que en verdad nos dé su vida, su salud, su fortaleza, y que nos la dé para toda la jornada. Porque la necesitamos para vivir como seguidores suyos día tras día.
«Que el Espíritu, con su amor, nos haga resucitar a una vida nueva» (oración)
«Id a todo el mundo a predicar el evangelio» (salmo)
«El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él» (evangelio)
«El que me come, vivirá por mi, como yo vivo por el Padre» (evangelio)
«Que esta Eucaristía nos haga progresar en el amor» (poscomunión)
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