De todas maneras, y no lo digo en broma, ayer rezaron por mí las monjas de mi convento y nada más acabar la misa, os aseguro, que ya me sentía mejor, muchísimo mejor. Increíble, porque todo el día había estado penando.
No es porque estos días me haya dolido la columna, pero siempre soy muy consciente del dolor físico ajeno. Por eso, cuando hace pocos días me enteré del cáncer de ese político, lo sentí sinceramente. Sobre todo hay varias enfermedades que os aseguro que cada vez que pienso en los pobres que las padecen, es como si me doliera a mí.
La diabetes cuando tienen que pincharse diariamente, de verdad que me da mucha pena. Y ya no digamos nada los que tienen que ir a diálisis. Pido a Dios que ayude a todos aquellos que llevan una cruz en su propio cuerpo. Conforme uno se acerca a la vejez, más y más nos duelen los sufrimientos del prójimo. Nos resulta más fácil ponernos en su piel.
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