Bocadillos espirituales para vivir la Navidad: Jueves después de la Epifanía – Ciclo A

“Pero ellos, viéndole caminar sobre el mar, creyendo que era un fantasma y se pusieron a gritar, pues todos le habían visto y estaban turbados. Pero él, al instante les habló, diciéndoles: “¡Ánimo! Que soy yo, no temáis”. Subió entonces donde ellos a la barca, y amainó el viento y se quedaron en su interior completamente estupefactos, pues no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada.” (Mc 6,45-52)



Puede que a muchos nos extrañe.

Pero la realidad es que, muchos le tenemos miedo a Dios.

Le tenemos miedo porque, como los discípulos, lo hemos deformado.

El gran peligro es que lo deformemos y lo hagamos un poco a nuestra medida.


Yo le tengo miedo al Dios que prohíbe sanar en sábado.

En cambio no lo tengo miedo al Dios que cura todos los días de la semana.

También el sábado.

Le tengo miedo al Dios que prohíbe tocar con la mano a los leprosos.

Pero no le tengo miedo al Dios que impone la mano a los leprosos.

Tengo miedo al Dios de la Ley.

Tengo miedo al Dios de los fariseos y saduceos.

Tengo miedo al Dios de los escribas.

Porque es un Dios que los hombres han deformado.

En cambio, no le tengo miedo al Dios que anuncia Jesús.

Al Dios que sana y cura.

Al Dios que se contagia de la lepra.

Al Dios que perdona los pecados.

Al Dios que hace fiesta por nuestra conversión.


Volvamos a lo dicho: Tenemos miedo a Dios:

Porque tenemos una equivocada idea de él.

Porque lo hemos deformado.


Los discípulos ven a Jesús andar sobre el mar.

No lo reconocen.

Se asustan y creen ver un fantasma.

Hemos creado demasiados fantasmas de Dios.

Hemos creado el fantasma del Dios castigador.

Hemos creado el fantasma del Dios que condena.

Hemos creado el fantasma del Dios que está al acecho de lo que hacemos.

Hemos creado el fantasma del Dios que se enfada porque le hemos fallado.


Los discípulos escuchan a Jesús que les dice: “Soy yo”.

Y que les invita a no tener miedo, precisamente porque es él.

Y es entonces que Jesús se sube a la barca con todos ellos.

Y todos cambian.

Del miedo pasan a la confianza.

Del miedo pasan a la admiración.

Del miedo pasan a la amistad.


Necesitamos:

Una catequesis que presente un rostro bonito de Dios.

Una catequesis que presente no fantasmas sin “soy yo”.

Una catequesis que no nos meta miedo en el corazón sino confianza.

Una catequesis que no nos haga gritar de miedo y huir sino que nos haga a Dios amable.

Que nuestras homilías no ofrezcan fantasmas.

Que nuestras homilías no nos inviten al miedo.

Que nuestras homilías, más bien, nos regalen el gusto de Dios.

Que nuestras homilías nos despierten la ilusión, el cariño y la confianza en Dios.

Que nuestras homilías nos ayuden a no tener miedo.


Señor: me siento a gusto en la nave de tu Iglesia porque no veo fantasmas.

Señor: me siento a gusto en la nave de tu Iglesia porque veo un Padre.

Señor: me siento a gusto en la nave de tu Iglesia, porque tú navegas con nosotros.

Señor: perdona pero no quiero el Dios que hemos inventado nosotros sino el que nos reveló tu Hijo Jesús.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A, Navidad Tagged: creer, fe, miedo, valor

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